Dax Toscano Segovia
Hace 530 años Cristóbal Colón se tropezó con Abya Yala. Él y sus navegantes pensaron que habían llegado a la India. Desde ese momento, los habitantes de este continente fueron denominados como indios, término que más adelante se lo utilizaría para señalar a los pueblos originarios como inferiores al blanco, europeo que se presentaba así mismo como civilizado.
¡Salvajes! ¡Bárbaros! dijeron los conquistadores de los habitantes con los que fueron encontrándose desde su desembarco en la isla de Guanahaní, a la que el almirante genovés bautizó como San Salvador.
Mientras Europa veía a los mal denominados indios como incivilizados, ella se mostraba como la representación del progreso. De esa manera, pretendieron justificar ideológicamente el proceso de dominación que, a sangre y fuego, llevaron adelante contra los pueblos originarios para saquear el oro y la plata, esclavizar a las poblaciones y destruir la naturaleza. Todo esto daría paso al proceso de acumulación originaria de capital con el que se gestó la modernidad capitalista.
Nació la idea de raza para mirar al otro, distinto al europeo, como menos, no solo por sus características físicas, sino por su cosmovisión del mundo, sus costumbres, sus creaciones y su forma de vida. Como enclenques, chiquillos perezosos, incapaces del menor progreso mental calificaron pensadores europeos como Buffon, De Pauw y el propio Hegel a los indígenas americanos a los que consideraban como ingenuos por mantener relaciones comunitarias y no poseer propiedad privada.
Aníbal Quijano dice que la idea de raza es uno de los más eficaces instrumentos de dominación para justificar la explotación y opresión de todas aquellas personas que no ingresan dentro de los parámetros establecidos por quienes se consideran superiores. Por tanto, no solo se trata de un mecanismo creado para diferenciar a las personas por sus rasgos físicos, sino que, ante todo, constituye un dispositivo para encasillar dentro de la escala social a unos individuos como sirvientes y a otros como amos.
La colonialidad del poder se sostiene sobre la idea de raza y del racismo, imponiendo una jerarquización y atribución de valor desigual a un grupo de personas, su trabajo y sus productos, así como a sus saberes, normativas y pautas de existencia porque según el discurso dominante representan el atraso, la barbarie.
De esta manera, al llamado indio lo convirtieron en bestia, destinado a realizar los trabajos duros, en condiciones inhumanas, mientras se apropiaban de los frutos de su actividad mediante un sinnúmero de disposiciones y normativas creadas para explotarlos. Apropiación de tierras, impuestos abusivos se establecieron contra los “indios”.
Las rebeliones indígenas lideradas por Tupac Amaru y Micaela Bastidas, Tupac Katari y Bartolina Sisa, así como la de Fernando Daquilema y Manuela León contra esa dominación, fueron brutalmente reprimidas por el régimen colonial que no podía permitir que los de abajo se subleven contra ese sistema injusto. Tras la derrota de las insurrecciones indígenas, sus líderes, sometidos a juicios espurios, fueron condenados a penas crueles para que la población escarmiente y no vuelva a levantarse. Les torturaron, les cortaron la lengua, les ahorcaron, les cercenaron, les fusilaron.
Ese orden impuesto por medio de la violencia, solo ha podido ser derrotado por la violencia justa del oprimido. Félix Valdés García dice que “la superación total de ese mundo compartimentado, que es el colonial, cortado en dos, con una línea divisoria, con fronteras, cuarteles y delegaciones de policías, habitado por especies diferentes, no podría lograrse de otro modo que por medio del propio recurso iniciado por el colonizador.”
“El colonizado se libera en y por la violencia”, decía Frantz Fannon. Sin la violencia organizada de los pueblos, solo hay “carnaval y estribillo”, sentenció el pensador martiniqués.
Eso es lo que molesta a la oligarquía, a un cierto sector de la clase media, a los corifeos mediáticos y a los intelectuales orgánicos al servicio del capital. El ejercicio de la violencia solo es visto con buenos ojos cuando los aparatos represivos la ejercen contra el pueblo, mas no cuando los condenados de la tierra, como decía Fannon, buscan su liberación mediante la organización revolucionaria violenta.
La respuesta dada por el gobierno criminal del banquero Lasso, que ordenó emplear una brutal represión contra el pueblo levantado en diversos lugares del Ecuador desde el 13 de junio de 2022, pone en evidencia que cuando no hay un ejercicio democrático del poder, este solo puede sostenerse por medio de la bota policial y militar.
Lasso ha instaurado un régimen dictatorial. Tanto él como su ministro del Interior, el general Patricio Carrillo Rosero, dispusieron a la policía y al ejército que arremetan con toda la fuerza contra quienes se levantaron contra el mal gobierno.
Mientras en los hospitales públicos no hay medicinas, Lasso ha destinado 1200 millones de dólares a la institución policial, recursos que no han sido utilizados para combatir a la delincuencia y el crimen organizado, sino para reprimir al pueblo.
Con miles de bombas lacrimógenas han asfixiado a indígenas, campesinos, estudiantes en las manifestaciones en las que además han usado balas de perdigones.
Era lo que clamaban en estos días las huestes del Ku Klux Klan quiteño que, a través de las redes sociales, exigían a su presidente que aplique el máximo rigor de la ley contra los “indios vándalos, terroristas y narcotraficantes”.
Convocados a la Av. de los Shyris, marqueses y marquesinas, condes y condesas de la distinguida oligarquía y clase media quiteña, gritaban insultos contra los indígenas y su líder, sacando a relucir el profundo racismo que los caracteriza.
¿Cómo se atreven estos indios de mierda a venir a esta pulcra, mojigata, conservadora urbe capitalina? ¿Cómo es posible que osen pisar este territorio sagrado, culto, cuasi españolizado? “Nuestros pechos, en férvido grito, te saludan, ciudad inmortal; gloria a ti, San Francisco de Quito, en tu historia muy noble y leal” “¡Fuera indios de mierda!” “¡Iza hijo de puta!” “Los buenos somos más”.
Así, los quiteños de bien, demostraban que ellos son los amos y señores de la ciudad, de su ciudad en la que jamás estará incluida La Tola, San Roque, La Ferroviaria, La Planada, El Comité del Pueblo, La Ecuatoriana, La Comuna.
En nombre de la democracia, Lasso ha terminado instaurando un gobierno autoritario, sostenido por la bota policial y militar.
Mientras tanto, en la Av. de los Shyris, los represores del pueblo, los que mataron el jueves 23 de junio a Henry Quezada, los que el viernes 23 gasearon a mujeres y niños y golpearon a jóvenes indígenas con total saña, han sido recibidos por la gente de bien de la Capital. Así, los fascistas han obtenido una victoria momentánea.
Ya los veremos próximamente salir a exigir para que en Quito se vuelvan a reactivar las corridas de toros y puedan así, entre vino y cervezas, exhibir su pinta española. ¡Olé!
Nota:
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de los autores y no corresponde a la opinión de MediaFacso.
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