Autor: Lenin Fuertes
Desperté a eso de las seis de la mañana, listo para salir a trabajar como todos los días. Antes de salir de casa suelo agradecer por la vida. Como un día cualquiera, encendí la moto para irme por la ruta, me la sé de memoria. Todo estaba normal dentro de lo que cabe, pero, a eso de las doce del día 13 de junio, en todas las redes sociales hubo noticias de un paro a nivel nacional por parte de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Lo único que se me vino a la cabeza fue “estalló lo inevitable”, puse mis manos sobre mi rostro preocupado por lo que se vendría, y no me equivoqué.
Una vez declarado el paro y que las comunidades rurales estaban de camino a Quito, pensé salir a hacer una cobertura fotográfica, pues ya lo hice en el de octubre de 2019, pero habría un cambio radical en el plan inicial. Me cambiaría la vida. Mientras tomaba fotografías entre las avenidas Patria y Colón tuve una escena que sería el motivo de noches desveladas, pues vi y lo sentí: rabia, llantos y decepción.
Conocí a una madre indígena que, por respeto no pondré su nombre, y narró su historia de vida a tal punto que mi cámara se volvió obsoleta y me convertí en un sentimiento puro de tristeza:
“Nosotros vivimos con poco, pero ese poco que tenemos, se pagó con vidas, porque nadie viene a ayudarnos, ni gobierno ni nada, vine sola con mi hija para que vea que su madre luchó por un sueño, por un futuro mejor, donde ella pueda cosechar mi alma en cada papa, haba, arroz después de muerta. Se acordará de mí brava, pero es para que entienda que siempre nos ha tocado pelear por lo poco que tenemos.”
Esto me dijo mientras su hija jugaba con un trozo de tela que encontró entre miles de manifestantes. Se me fueron las lágrimas que no esperaron que esta madre se fuera, ella me abrazó y balbuceó “hijo, daría todo lo que soy por mi hija, e incluso por ti que no te conozco de nada, pero tienes un corazón noble, gracias por estar aquí”, esto último terminó grabado en cada parte de mi alma.
La acompañé en todo el día, como si fuera su hijo, viendo lo que hacía, qué decía, mis sentidos se concentraron totalmente en ella. Su rostro de tez morena, lleno de arrugas producto de un sol seco y de su labor en el campo, sus manos heridas llenas de cicatrices que en su totalidad formaban unos áridos bloques, que mostraban dureza y dolor. Veía el abrazo de una madre que, con su historia en las cicatrices, tomaba entre sus brazos a una generación entera de consternación, sé que nunca la volveré a ver, pero su cara la tendré plasmada en mi memoria hasta el final de mis días.
Para el 16 de junio se notificó la irrupción por parte de la Policía de allanar La Casa de la Cultura, estuve allí cuando entraron ilegalmente a un patrimonio que guarda la memoria de todo el Ecuador, vimos entre lágrimas como entraban policías, y me puse a pensar que volvimos a un estado impositor, porque solo en dictadura se tomó esta infraestructura. Muchos medios de comunicación hicimos cobertura con un nudo en la garganta porque la cultura era atropellada.
Llegué a mi casa con una mochila cargada de emociones, pasaba por mi cabeza todos los rostros que fotografié, no podía descansar pensando en aquella madre y sus palabras. Dejé mi cámara a un lado, y decidí pertenecer una brigada médica, esa misma noche salí ayudar en lo que podía. Había muchas personas que recorrieron kilómetros por una razón, un llanto de la desesperanza ante un estado fallido.
Mientras realizábamos barridos por diferentes lugares donde acogieron a las comunidades que habían llegado, pude evidenciar muchos niños con desnutrición, personas de la tercera edad con diabetes y mujeres cansadas. Al hacer un sondeo corroboramos que muchos tenían traumas. Tuvimos pacientes con una severa hipotermia pues dormían en el suelo, en árboles, en los pasillos de facultades. En los 18 días de paro, llovió algunos días, esto agravó mucho la salud de las personas que estaban en las zonas de paz, para calmar el frío bebían agua ardiente, fumaban e intentaba hacer fogatas y se reunían grupos de 8 para darse abrigo y protección. Solo pensé: ¡viajaron tanto sabiendo que tal vez no regresen...!
Como quisiera contar todo lo que siento, pero aún sigo procesando todo lo que vi y sentí que las letras me quedan cortas para todo lo que viví. Como futuro periodista pude palpar ese dicho profesional “primero que nada debes conmoverte” y afirmo que esto en las academias no te enseñan porque debes vivirlas, sentirlas.
Bibliografía
Gronemeyer F., María Elena. (2003). El periodismo como vocación y opción creyente. Teología y vida, 44(1), 48-67. https://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492003000100003
Editores: Lcdo. Byron Rodríguez y Valeria Ocaña
Docente: María Sol Yépez
Nota:
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de los autores y no corresponde a la opinión de MediaFacso.
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