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“Lo único que nos falta por perder es la vida, ya lo hemos perdido todo”

Autora: Paola Cando

Manifestantes al ingreso del Parque Nacional Cotopaxi. Fotografía: Paola Cando

El pasado 13 de junio de 2022 inició la movilización nacional convocada por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), con el fin que el Gobierno de respuesta a 10 pedidos planteados.


Los días transcurren y la situación empeora. Lo único visible son los muertos, heridos, desabastecimiento y un país que día a día empobrece.

En las vías se puede observar personas caminando o en bicicleta. Unos buscan llegar a sus casas o trabajos, otros salen a comprar alimentos y otros unirse a las manifestaciones.


También hay presencia de algunos vehículos, los cuales han optado por llevar pasajeros hasta donde se encuentren con el primer bloqueo. La única condición es pagar desde un dólar en adelante por el transporte, dependiendo de la distancia. Frente a la necesidad de movilizarse las personas acceden, el objetivo es llegar a sus destinos.

En el transcurso del camino, se puede encontrar llantas quemadas, troncos de árboles, pedazos de metales, montículos de tierra, etc.

Si se avanza por la avenida Maldonado con dirección sur-norte, el primer bloqueo que aparece es en el sector de Cutuglagua al sur de Quito. La presencia de montículos de tierra impide la circulación vehicular, mientras que un grupo de manifestantes piden que más gente se una.


¿Cómo podemos ser tan insensibles? A nuestros hermanos indígenas los bombardean y atacan, mientras que la gente está aquí como si nada”, expresa Juan Cabezas, un morador del sector.


En ese mismo lugar, grupos de jóvenes con escudos de madera o parte de las antenas de televisión esperan por un vehículo que los traslade hasta la Universidad Central, con el fin de brindar auxilio a los demás manifestantes.


“Vamos a dar apoyo, la policía los está atacando. ¡Únete al paro!”, grita uno de los jóvenes mientras corre en dirección a una camioneta que se ofrece a llevarlos.

 

La protesta social se acrecienta


Presencia de vehículos y manifestantes en el sector de Cutuglagua. Fotografía: Paola Cando

Unos metros más arriba, un señor junto a su vehículo con una de sus puertas abiertas grita “¡a Machachi, a Machachi!” y varias personas corren hacia él. La necesidad de movilizarse hace que una persona lleve sobre sus piernas a otra para que todos alcancen.


Ya con el vehículo en marcha y siendo las 10:42 de la mañana, un sol resplandeciente escolta el trayecto.


“Ahora hasta el clima acompaña a los manifestantes. Desde que ellos llegaron muy pocas veces llueve”, comenta Mercedes Piña, una de las pasajeras que, junto a su hija, se traslada hasta el sector de la curva de Santa Rosa a visitar a su madre y constatar cómo se encuentra.


Al llegar a su destino, Mercedes y su hija cancelan 2 dólares al dueño del carro y él avanza con su trayecto.


Pese a que existen bloqueos en sectores como: Tambillo, la Merced, el Murco, el Cuartel y Machachi, el vehículo los esquiva y logra pasar.


“Ahorita es bueno pasar, ya después sale la gente y ya no nos permiten”, dice Jaime Granda, conductor del vehículo.


El viaje de Cutuglagua a Machachi duró 50 minutos, cuando lo habitual es de 30 minutos el traslado.


Al llegar, a pocos metros de la entrada de Machachi, exactamente en el intercambiador de Aloasí se puede visualizar la vía bloqueada en ambos sentidos.


Sin embargo, el grupo de personas presentes en el lugar permiten el paso de los vehículos que trasportan a las delegaciones provenientes de la provincia de Cotopaxi y Pastaza, cuyo objetivo es sumarse a la protesta que se lleva a cabo en Quito.


Con banderas del Ecuador atadas a los vehículos y otras más siendo flameadas por los manifestantes, los camiones avanzan por la vía llenos de gente y ramas de eucalipto que, según dicen, sirve para abrir las vías respiratorias en caso de inhalar el gas de las bombas lacrimógenas.


El paso de los manifestantes deja una marca, pues van acompañados con música.


Una canción que se transformó en un himno para quienes luchan por sus derechos y desean tener una vida mejor.


“Hace ya 500 años caraju, vinieron blancos, barbudos, caraju. Hace ya 500 años caraju, vinieron blancos, barbudos, caraju. Trajeron cruces y espadas, caraju para robarnos el oro, caraju. Trajeron cruces y espadas, caraju para robarnos el oro, caraju”, dice la canción “Hace 500 años” de la autoría de Ángel Guaraca.

 

La Panamericana E-35 está vacía

Peaje de Machachi sin presencia de vehículos. Fotografía: Paola Cando

Metros más adelante, se encuentra el peaje de Machachi, donde a diario pasaban miles de vehículos. Ahora, solo es un lugar desolado como un cementerio a media noche.


De pronto, la alarma del celular se activa, informa que son las 12:00 del mediodía y con uno que otro vehículo circulando, la panamericana E-35 se muestra vacía.


Sin ningún medio de transporte a la vista, lo único que queda es caminar. Personas que por motivos de trabajo o salud tuvieron que llegar a Quito, buscan la manera de regresar a sus casas.


Entre tanto, en el Puente de Jambelí, unión entre la provincia de Pichincha y Cotopaxi. Un carro aparece, su conductora María Asimbaya baja la ventana y pregunta a dónde se dirigen. Con gran emoción, las personas responden “hasta donde puede llevarnos niña”.


De inmediato, todos suben y se acomodan, el fin es avanzar. Sin embargo, María solo va hasta el sector de Romerillos, debido a la falta de alimentos tuvo que dirigirse a su terreno a cosechar algunas verduras para llevar a su familia.


Al bajar del vehículo y dar las gracias a María por el aventón, un grupo de motociclistas interceptan el vehículo, asumiendo que se trata de personas dedicadas a transportar pasajeros y cobrarles por hacerlo buscan desinflar las llantas del carro con unas barrillas puntiagudas.


“¿Les cobraron, tuvieron que pagar algo?”, pregunta uno de ellos.


Las personas contestan que no y pidiéndoles que no le hagan nada a María ni a su vehículo, los motociclistas proceden a retirarse.


El grupo de 10 motociclistas son los encargados de vigilar que no existan personas que se encuentren brindando servicio de transporte, pues de inmediato proceden a desinflarles las llantas.


 

La caminata continúa

Cierre total de la vía a pocos metros del ingreso al Boliche en la provincia de Cotopaxi. Fotografía: Paola Cando

Enseguida, la gente se pone en marcha hasta que otro vehículo los pueda llevar, siendo las 12:45, en el ambiente se percibe el olor a llantas quemadas y es que más adelante está otro bloqueo, a pocos metros de la entrada al sitio turístico El Boliche.


Un grupo de manifestantes, troncos de árboles y montículos de tierra extraída de un lado de la vía, obstaculizan el paso. Cada vehículo que se acerca es revisado y los únicos que pueden pasar son los del sector de la salud o los que llevan manifestantes.

A un kilómetro de ahí se encuentra otro bloqueo junto a la estación de Servicio Chasqui.


El celular muestra la hora, 13:02 y una furgoneta escolar aparece. Su conductor Ernesto Álvarez y su compañera Ángela Guayasamín paran y preguntan si desean que los lleven.


“Por favor, señores hágannos ese favor, ya no avanzamos a caminar”, dice María Chiluisa.


Rápidamente, la gente sube al vehículo y empieza el trayecto, otra vez, hasta encontrarse con algún bloqueo.


El reloj marca la 13:10 y aparece otro bloqueo en la entrada al Parque Nacional Cotopaxi, es más grande que todos los anteriores.

En la revisión del vehículo, Ernesto alega que pertenece al transporte de la salud y que le permitan su paso, les muestra un carnet que afirma que el vehículo pertenece a un Centro de Salud. Sin embargo, la identificación le pertenece a su hermano. Las personas acceden, sin antes mancharle la cara con una tinta negra como muestra de apoya al paro.


El carro ya no puede avanzar, más adelante hay más cierres. Ernesto ingresa a una estación de Servicio y pide le den algo de dinero por el aventón.


“Por lo menos para la gasolina, colabórenme”, expresa Ernesto.


Todos acceden a darle algo, el hombre fue de mucha ayuda.


 

Todos apoyan al paro, pera ya quieren irse

Vehículos retenidos desde el lunes 20 de junio de 2022 por los manifestantes indígenas. Fotografia: Paola Cando

En el lugar están presentes cientos de indígenas, conductores, camiones y camionetas. Al dialogar con un grupo de personas que están reunidas junto a un camión, se puede constatar que existen dos grupos.


Por un lado, el grupo de indígenas que rechazan el accionar del Gobierno y exigen respuestas a los 10 pedidos planteados por el movimiento indígena. Mientras que el otro grupo, se trata de los dueños de los camiones que se encuentran en el lugar, desde el lunes 20 de junio.

Un grupo de manifestantes desinflaron las llantas de los carros, impidiendo su movilización, buscando que se unan al paro. Juan Carlos Escudero, representante del grupo asegura apoyar al paro, pero rechaza que los tengan ahí retenidos, sin proporcionarles alimento, ni otro servicio.


“Estamos aquí desde el lunes y solo ellos comen y pueden dirigirse a sus casas, mientras otros grupos llegan a ocupar sus puestos. Nosotros, apoyamos al paro, pero necesitamos regresar a descargar los productos que ya se echaron a perder. Estamos conscientes de los problemas del país, pero también tenemos familia y necesitamos irnos”, manifiesta Juan Carlos.

El cierre de las vías impidió que muchos productos lleguen a sus destinos, provocando el desabastecimiento en las ciudades y una cuantiosa pérdida económica en todos los sectores del país.


Uno de los dirigentes indígenas manifestó que no pueden dar ninguna declaración y que está prohibido grabar.


Frente a esa respuesta, lo único que queda es retirarse, evitando con ello cualquier tipo de represión.


 

La gente ecuatoriana es generosa

Manifestantes reciben alimentos por parte de las personas que esperan su llegada. Fotografía: Paola Cando

De regreso a Quito, siendo las 13:58, al caminar solo se puede escuchar un helicóptero que sobrevuela los puntos de bloqueo y el trinar de las aves.


Un silencio profundo permite percibir el sonido del viento que suena como una bocina. Al contrario de Quito, donde se escuchan disparos, detonaciones de las bombas lacrimógenas, gritos y llanto por parte de los manifestantes como si de un campo de guerra se tratase.


 

Sin transporte para regresar, otra vez se debe caminar

Mientras se avanza, a lo lejos se divisa el majestuoso Cotopaxi cubierto de una espesa neblina. Unas cuantas gotas de lluvia empiezan a caer y solo queda acelerar el paso. Varios animales característicos de la serranía ecuatoriana como: llamas, ovejas y chivos son parte del paisaje.


Tras una hora y media de caminata, un camión lleno de manifestantes se ofrece a traerme hasta mi destino. La escena es triste, el carro repleto de ramas de eucalipto, ollas y botellas con leche, pues aseguran que es de mucha ayuda para el gas con el que van hacer atacados.

Pese a que la situación es preocupante, los manifestantes que van en el carro no se muestran asustados, sino más bien, ellos están tranquilos. Entre todos hacen bromas y comentan de lo sucedido en días anteriores.


“Vengo dejando a mis hijos a apoyar a nuestros compañeros que están siendo atacados por la policía. Lo único que nos falta por perder es la vida, ya lo hemos perdido todo. Allá nos morimos de hambre y este Lasso no hace nada”, cuenta María Quishpe, manifestante procedente de la parroquia de Toacaso, en la provincia de Cotopaxi.

En los lugares que están presentes los manifestantes, el vehículo es recibido con aplausos.

La gente pide que se detenga el carro para darles algún alimento o bebida. Con ello, las personas que no pueden apoyar directamente en la movilización, también contribuyen con la lucha social.


“Nosotros no nos morimos de hambre”, dice entre risas Jorge Zapata, joven manifestante.

A mi llegada, el reloj marca las 16:34 y mientras me bajo del carro, empieza a llover y aunque suene increíble la única preocupación de quienes van a luchar por sus derechos y los de todo el pueblo ecuatoriano, es la de no llegar mojados. Se despiden, pidiendo que rece por ellos.

“Mija si puedes reza por nosotros, solo Dios nos puede ayudar”, expresa María, una mujer que en su mirada muestra mucha tristeza y nostalgia.


Así termina el día para mí. Sin embargo, para quienes están ahí, luchando por ser escuchados, pidiendo que sus necesidades sean solventadas, no existe fecha ni hora de finalización. Mientras sus familias los esperan en casa y quizás algunos ya no puedan regresar con vida.



Editores: Lcdo. Byron Rodríguez y Valeria Ocaña

Docente: María Sol Yépez




Nota:

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de los autores y no corresponde a la opinión de MediaFacso.


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