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!Odisea Migratoria¡ El Antes y Después de un Inmigrante

  • mediafacso
  • 29 abr 2024
  • 28 Min. de lectura

Actualizado: 18 may 2024

Autor: Julixy Cedeño

23 de febrero de 2024

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Foto cortesía de: BBC

 

 

A los 25 años, Jesús (nombre protegido) tuvo que dejar sus sueños, su familia y su vida. La crisis económica, política y social de Venezuela, junto con las vacunas (cobros extorsivos en los que delincuentes exigen una cuota de dinero a los negocios a cambio de dejarlos trabajar en paz) y las amenazas de muerte que recibía, lo obligaron a dejar abandonado todo aquello por lo que durante años trabajó. A lo largo de dos horas, con el frío de Quito, sentados en la comodidad de su casa, narró toda la travesía, los padecimientos y el trato durante su caminata y estadía en Ecuador.    

 

El caos antes de migrar

Poniendo un poco en contexto, la situación de Venezuela comienza a fraguarse para mí desde la entrada de Hugo Chávez al poder, quien fue presidente desde 1998 hasta 2013, año en que murió. Todo estuvo bien aproximadamente hasta el año 2008, donde la situación económica del país paulatinamente comenzó a salirse de control y comenzaron a surgir situaciones de corrupción y represión social. 

 

Mi familia fue siempre clase media baja. Yo me gradué a los 15 años de bachiller y entré a la Universidad Dr. Rafael Belloso Chacín en Maracaibo, estado Zulia. Una universidad derechista, oponente al gobierno, que me daba la oportunidad de estudiar con excelentes profesores e infraestructura tecnológica de vanguardia a nivel Latinoamericano. Sin embargo, fue aquí donde comenzaron mis mayores problemas.

 

Cuando comenzó a surgir el tema de las manifestaciones en contra del Gobierno, a raíz de las desapariciones forzosas, expropiaciones de empresas, paralización de las refinerías del país y actos de corrupción que se llevaban a cabo, los estudiantes empezaron a salir al frente de la universidad para levantar su voz. En una de esas muchas manifestaciones, alguien me invitó, me dijo que sabían que yo estaba en contra de las políticas que se estaban implementando y que empezara a participar. Obviamente, mientras más personas estuviéramos allí hacíamos más bulto. Y esto era para únicamente dejar en conocimiento al Gobierno nacional que estábamos en contra de sus formas de hacer política.

 

Siempre era la misma forma de actuar. Nosotros salíamos, cerrábamos la avenida principal y cada vez que salíamos llegaba la Policía Nacional y la Guardia Nacional, que es un organismo que en Venezuela tiene un poco más de rango que la policía, así como un poco menos de rango que el Ejército y salen a la calle para el control de masas. Normalmente llegaba el funcionario de mayor rango, que era el jefe de seguridad del Estado, y unos 300 policías al frente de la marcha que ejercían presión y trataban de negociar para que nosotros abriéramos la calle. Y normalmente eso no pasaba.

 

Ellos nos reprimían lanzándonos bombas lacrimógenas y nos golpeaban con tolete. Nosotros no nos quedábamos en el sitio, teníamos que correr para evitar inhalar el gas lo menos posible. Pero como la Universidad tenía autonomía, ellos no podían ingresar. Aún así, muchas veces lo intentaban.  

 

La represión fue tomando más fuerza, ya no solamente lanzaban gases lacrimógenos, sino que también balas de perdigones. En una de esas tantas manifestaciones que hubo en el año 2017, el año más fuerte, estábamos en la avenida principal, llegó como de costumbre la policía y la Guardia Nacional y comenzaron los desmanes. De nuestro lado lanzábamos piedras, palos, hacíamos bazucas con tubos y voladores y por el otro lado las fuerzas del estado con sus implementos.

 

En ese vaivén, ellos nos tienden una emboscada. Nosotros nos vamos hacia una de las esquinas, hacen como que desaparecieron, se van todas las camionetas y nosotros dijimos - ¡ya se fueron! ¡ya ganamos el día! -. Nos reunimos a un costado de la universidad para coordinar acciones para el día siguiente y en el camino vemos que nos viene la policía directamente disparando. Todos corrimos a escondernos detrás de unas paredes hacia dentro de la universidad y ellos nos emboscan nuevamente por detrás.

 

Hicieron varios frentes porque ya sabían desde dónde nos reuníamos. Yo soy de los primeros que va corriendo y cuando fuimos a salir por una de las puertas traseras los encontramos a ellos de frente. Yo, luego de ser de los primeros, quedo entre los últimos. Mientras corro, volteo hacia atrás, veo que uno de ellos trae una escopeta y dispara. Ese disparo le pega a un compañero en el área del abdomen.

 

Jesús se queda un momento en silencio, respira profundo y continúa.

 

Murió 15 días después de una septicemia. Se le infectó todo lo que fue el área del abdomen, el ombligo. A muchos líderes los secuestraron y realizaban la llamada desaparición forzosa. Pero era de obvio conocimiento lo que les pudieron haber hecho. Muchas de esas desapariciones tenían una acción y era que, en el lago de Maracaibo, a los rehenes los colocaban en un tacho y dentro, encima de sus pies, los llenaban de concreto, esperaban a que el cemento se secara y los lanzaban para que ellos no pudieran salir. Era la forma de desaparecerlos y que no quedara evidencia.

 

 Yo aportaba varias ideas al grupo y en eso comenzó a sonar un poco mi nombre. En una de esas un compañero me dice:

-          ¡Oye! Ten cuidado con lo que comentas, con lo que dices, porque puedes tener problemas. Como que te quieren lanzar para líder. - Yo lo que hice fue ya abrirme, pues no voy a seguir mucho en esto.

Ese día me fui caminando. No llevaba mochila ni nada, las dejábamos en casas de compañeros que vivían cerca de la universidad, porque en la calle siempre se encontraba a policías que andaban buscando a los de las marchas y ese día no fue la excepción. Los encontré, me hicieron varias preguntas y me mencionaron que estaban buscando a los integrantes de la última manifestación, les mentí diciendo que sólo vivía cerca con mi abuela y salí a comprar, no hicieron más preguntas y me fui.

 

Llegué a casa y recibí la llamada de mi mamá. Le expliqué lo que había pasado, le expliqué de la muerte de mi compañero y me dijo que me fuera al campo. Mi mamá tenía una finca donde sembraba plátano, guayaba y tubérculos. Ella mandaba en camiones las cajas de las cosechas a los mercados y vendían eso allá. Allá me fui a vivir un tiempo, un año más o menos. Pero, allí con ella, había otro problema que era el tema de la guerrilla.

 

A mi mamá le llegaban todos los meses a cobrar la vacuna, una cierta cantidad de dinero por supuestamente mantenerte bien a ti. A mi mamá le decían que tenía que pagar para que a ella y a nosotros no nos pasara nada.

 

Yo normalmente no salía mucho y ayudaba en la siembra, en lo que teníamos que hacer. No era de los que andaban por allí por la calle. Tampoco es que había mucho que hacer. Yo una persona siempre en la ciudad, pues en el campo me aburría un poco y lo que hacía era ayudar durante el día y en la tarde ya irme a acostar. Por ello no era muy conocido en esa zona.

 

La situación en Venezuela se comenzó a poner más delicada. La hacienda donde nosotros estábamos era mayormente sembradora de guayaba. El precio de la misma comenzó a bajar muchísimo, pero mucho, a un punto que no nos pagaban ni el 10% del valor real. Eso, por supuesto, afectó en el pago de la vacuna. Y a ellos no les importaba si el precio de la guayaba estaba alto o bajo, si llovía mucho o si se dañaba el producto. Ellos tenían que recibir su pago.

 

Un día llegaron, le dijeron a mi mamá que les pagara la cuota, mi mamá les dijo que no había podido reunir el dinero que exigían mensualmente, les dijo que le esperaran un poco más .

-          No te podemos esperar. Tienes que buscar ese dinero como sea y donde sea.

-      Pero ajá, qué puedo hacer si solamente dependo de la venta de guayaba. Ustedes pregunten ahorita cuánto están pagando por la fruta en Maracaibo y podrán saber que el precio es demasiado bajo y no tengo para pagarles.

-          Eso a nosotros no nos importa. Tienes 2 días para conseguir el dinero, caso contrario, vas a sufrir las consecuencias.

-          Yo voy a ver cómo hago y en dos días les tengo su dinero.

Dos días después llegaron con armas largas y le preguntan qué pasó con el dinero. Mi mamá respondió que todavía no lo había podido conseguir que, si no lo había hecho en el mes completo, era más difícil conseguirlo en 2 días.

-          Tengo esto, pude reunir un poco más, pero no está completo. De verdad la situación está muy dura.

-          O pagas completo o pagas. ¿Quién es el muchacho de allá atrás?

-          No, él es solo uno de mis hijos.

-          Bueno, mañana estamos aquí por el dinero. Caso contrario, nos llevamos a tu hijo. Quedas advertida.

La idea de llevarme a mí era porque ellos eran disidentes de las FARC. Por lo general, se llevan a las personas jóvenes para trabajar con ellos en los grupos insurgentes y hacer el trabajo que ellos hacen. Mi mamá al ver esto se estresó demasiado y al día siguiente me mandó en el camión que iba a mandar a Maracaibo para la venta sin darme muchas explicaciones ni nada de lo que había sucedido con esos sujetos.

 

Al día siguiente, me levantó a las 3 de la mañana, me dió de comer y me dijo que tenía que irme, que afuera estaba el camión cargando la fruta y me iba con ellos escondido, que por nada del mundo fuera a salir de mi escondite, fuimos al camión, me dió un último abrazo y su bendición y metió entre la guayaba, me tiró una lona encima, costales de basura, el rechazo de la fruta, palos, ramas y más cosas. Me mandó con una mochila, dos pantalones, dos camisas y mi pasaporte. Me envió a Maracaibo, me dijo que no me llevara nada, absolutamente nada y que me fuera del país y que no regresara nunca más.

 

-          Pero mamá ¿qué voy a hacer con la universidad? Ya casi culmino séptimo semestre de Recursos Humanos. Me falta poco para terminar.

-          Es eso o que te maten – me dijo.

Me fui en aquel camión hasta Maracaibo, que es casi frontera con Colombia. Fue tan duro despedirme de mi mamá y mi papá, que no puedo expresar con palabras lo difícil que es. Les di el abrazo más fuerte que pude darles. No sabía cuándo iba a regresar.

 

Mi mamá le dio en ese tiempo 180000 pesos al señor del camión para mí. Logró reunir ese dinero para poderme ir a Colombia donde un hermano. En la frontera el señor me dio el dinero, me dijo que eso me enviaba mi mamá y me indicó qué bus tenía que tomar. Me fui en aquel bus hasta Bogotá, donde me recibió mi hermano. 

 

En esa ciudad estuve alrededor de 6 a 7 meses con él. Allí trabajé en un restaurante siempre un poco de incógnito. Siempre con gorra, cambié la forma de vestir. Cambié todo porque obviamente yo venía huyendo de grupos insurgentes colombianos y también del Gobierno venezolano, entonces no sabía en quién confiar. 

 

Luego de ese tiempo ya no me sentía cómodo ahí, la cantidad de venezolanos que llegaban me hacían sentir que alguien me iba a reconocer y aunque Bogotá está bastante protegida de la guerrilla no es que era imposible que me encontraran. Siempre soñé con salir de mi país y conocer lugares nuevos, viajé mucho tiempo en mi vida en Venezuela y quería conocer el mundo. Pero nunca pensé que me tocaría de esa manera. Mi plan siempre ha sido llegar a Europa, mis abuelos eran de allá y me intriga saber qué hay del otro lado del mudo. Así que decidí emprender un nuevo viaje.

 

Camino a Ecuador

Mientras Jesús prepara una taza de té, continúa la historia entre el eco de su pequeña y acogedora casa.

 

En Colombia tampoco me estaba yendo muy bien. Le dije a mi hermano que me iba, él me dijo que no, que esperara, que las amenazas eran mentira y que no le prestara atención a eso. Pero obviamente, el miedo siempre es mayor. Le dije que sí o sí me iba a ir. Que me tenía que ir.

-          ¿Cómo te vas a ir si no tienes dinero? Mi situación económica tampoco es buena para poder ayudarte con los pasajes. Y ¿a quién tienes allá? A nadie. Quédate aquí, hermano, que aquí estás bien.

 

Para esos tiempos ya la ola migratoria era bastante fuerte. Mucha gente se iba caminando. Hubo una chica en esos tiempos que se fue caminando hacia Ecuador y murió en el Páramo de Neiva. Murió de hipotermia. Ella iba con un bebé. Murieron por el frío inclemente. Y yo dije, bueno, si ella que era mujer, que llevaba un niño, se lanzó al trayecto, pues porqué yo no.

 

Emprendí ese día mi caminar. Mi hermano me llevó hasta la parada de bus, me pidió una y mil veces que no me fuera, pero al final nada de eso me hizo quedar. Comencé a caminar, me monté en el primer bus que vi y le dije al señor que me diera la cola, que en Venezuela es cuando te dan un aventón en cualquier tipo de vehículo. El señor me dice que sí y yo me monto. Cuando estoy adentro del bus, el chofer me dice:

-          No ¡oiga! Págueme el pasaje.

-           Pero si usted me dijo que me iba a dar la cola.

-          ¿La cola? ¿Qué es eso? ¿Qué es eso de la cola? No, a mí me hace el favor y se me baja. ¿Qué le pasa?

 

Y me empezó a insultar con palabras colombianas. Me dijo que me bajara y cuando me dispuse a hacerlo, las personas del primer asiento, un señor y su señora, me dijeron "tranquilo yo le pago el pasaje" y unas dos o tres personas más reunieron para pagarme el tiquete y así seguí con mi trayecto.

 

En la parte de atrás del bus iban dos chicos que también iban de caminantes hacia Perú. Iniciamos conversación y de palabra en palabra nos hicimos compañeros de viaje. Empezamos a caminar, a caminar. Saliendo de Bogotá hacia Pereira nos dio raite un camión lleno de mangos. Nos dijeron que nos subiéramos, ahí comimos mango. Fue lo único que pudimos comer en ese día.

 

Los chicos con los que iba me dijeron que vendían caramelos y lavaban buses para poder hacer un poquito de dinero y comer en el día. Entonces me mencionaron que si quería ellos me compartían caramelos para que vendiera también y podamos comer algo en el día.

 

Dos ciudades más adelante de Pereira el camión nos dejó lanzados en la carretera y ahí comenzamos a caminar, caminar y caminar. Nuestros pies estuvieron como día y medio sin despegarse del suelo. Llegamos a un lugar donde funcionaba una gasolinera, allí vimos como un solarcito, así como un terrenito que tenía una cuestión de un techo que alguna vez funcionaba como restaurante. 

 

Conversamos con la señora y los chicos que vendían en la gasolinera y le preguntamos dónde podíamos comer. Nos dijeron que ellos no tenían nada, que no tenían dinero y que a su casa pues se iban luego. Nos dijeron que al día siguiente podíamos comer. Ahí nos quedamos en un piso, nos acostamos toda la noche, nos comieron los mosquitos y todo porque dormíamos sin nada, sin sábanas.

 

Al día siguiente fuimos al frente, lavamos un camión y el chofer del camión dijo:

-          Vayan al frente y le dicen que dije yo que les dé comida.

Fuimos al frente y le dijimos a la señora que el señor del camión nos había dicho que nos de comida por favor. La señora mencionó que no conoce a ningún camionero, que eso es zona de paso.

-          Esto aquí no es para estar regalando comida. Aquí llegan una sola vez y no los volvemos a ver.

Nosotros teníamos como día y medio sin comer nada, solo los mangos del camión. Con la misma hambre le dijimos a la señora que nos diera algo para comer y nos dijo que lo único que tenía era chocolate caliente.

-          Si tienen dónde servirse les doy ahí el chocolate.

-          No, la verdad es que no tenemos nada.

Entonces la señora sacó una taza de la basura, la limpió con la misma servilleta que estaba en la basura y ahí sirvió chocolate caliente. Nos dio aquella sucia llena de sopa que alguien habría comido, con el mismo aceite que tenía la sopa y todo se hizo así feo. Nos pegó bastante, nos indignó mucho, pero era eso o no comer nada.

 

Seguimos caminando y llegamos a las afueras de Cali, ahí pasaron unos 2 días más. Seguimos caminando y caminando y no nos pasaron cosas tan importantes más que el hambre y el frío. Nos bañamos en un río que atravesamos porque no teníamos ni siquiera dónde cambiarnos. Nos refrescamos en ese río y seguimos el viaje.

 

Al salir de Cali encontramos un puente que era para pasar a una ciudad. Ya era tarde y le preguntamos a unos policías si podíamos quedarnos ahí a dormir. Ellos dijeron que no, que ellos ya se iban para su casa y nadie quedaba ahí.

 

Un señor en silla de ruedas nos vio y nos dijo:

-          ¿Ustedes de dónde son?

-          De Venezuela señor.

-          Ya en esta zona no se pueden quedar. Si los ven que son de otras zonas pueden pensar que son policías encubiertos y los matan. Acá ven a la gente que se queda así por fuera y los matan en la noche.

El señor nos ayudó a atravesar el puente y caminó unas 10 cuadras hasta que encontramos una salida de camiones. 

-          De acá salen camiones que a veces llevan a los venezolanos, acá pueden pedirle que les ayuden.

Nos montamos en una volqueta, ahí nos metieron y empezamos a rodar. Ya eran tipo seis de la tarde cuando empezamos a rodar. Pasó como hora y media, ya estaba técnicamente oscuro y nosotros rodamos tanto, teníamos tanta sed, tanto sueño que ya teníamos los labios partidos. La verdad es que pensamos que nos habían secuestrado, que nos había llevado la guerrilla.

 

Nos tocaron el camión y nosotros dijimos ¡bueno, aquí fue! Ya no sabíamos si nos iban a matar o a bajar, porque solamente veíamos como árboles hacia alrededor y no se escuchaba casi nada. El chofer bajó y nos dijo:

-          Hasta acá los puedo llevar, porque ya yo subo a las canteras para poder recoger piedras.

Nos dejó ahí botados y nos llegaron cuatro hombres. Cuando estábamos ahí parados empezaron a rondar en motos, a hacernos tipo el lejano oeste círculos alrededor de nosotros. Uno de ellos se baja y nos pregunta quiénes somos.

-          Nosotros somos caminantes de Venezuela.

-          ¿Cómo que caminantes? – gritó molesto.

En eso saca un arma y nos dice:

-          Se tienen que ir de acá, porque acá ustedes no pueden estar, sino los vamos a matar. Esto es zona de la guerrilla.

Nosotros pensamos ¿qué hacemos? ¿O sea a dónde nos vamos? Hasta que unos hombres que estaban bebiendo licor cerca de ahí mismo les dice:

-          No, deja. Ellos son venezolanos, ¿ustedes qué hacen acá?

-          Nosotros venimos caminando. El camión nos dejó acá botados porque le pedimos el aventón.

-          Bueno, si no se van en 5 minutos venimos y los matamos.

Creo que esos fueron los 5 minutos más largos de nuestras vidas, porque era rogando a Dios que pasara alguien y nos llevara. Como obra de Dios venía un camión y nos montamos. Le pedimos el aventón y nos dejó botados en un peaje. Allí también estuvimos aproximadamente hora y media, como hasta las 12:00 de la noche para subir a una montaña muy, muy alta.

 

De las cosas que llevábamos, mucho de ello se tuvo que dejar botado en el camino. Yo llevaba mi mochila y esa tuve que dejar ya de tanto caminar. Una cosa puede que no pese mucho, pero cuando llevas varios días caminando con hambre y con sed y con todo, pues todo te pesa, todo te molesta. Yo dejé un pantalón, el pantalón y la camisa que tenía y un par de zapatos viejos que me había regalado mi hermano. Los dejé ahí botados en una plaza.

 

Nos dijeron que teníamos que subir toda esa montaña para atravesar al otro lado. Ese día caminamos hasta ahí, caminamos, caminamos y caminamos sin descansar. Había unos barrancos horribles. Nos quedamos en un sitio de alcabala y pasó un camión que nos dijo hacia dónde íbamos. Le dijimos que hacia Ecuador y nos dijo que nos montáramos ahí. Pasamos al otro lado de la montaña y amanecimos del otro lado.

 

En la mañana seguimos caminando aproximadamente 2 días más hasta que llegamos a la frontera con Rumichaca. Nos quedamos a dormir en el puesto de control de migración porque atendían desde las 7:00 de la mañana. Nosotros llegamos aproximadamente a las 3:30 de la madrugada. Esperamos ahí a que amaneciera y que nos empezaran a atender. Cuando lo hicieron, a José, uno de mis dos compañeros de viaje, le dijeron que no podía pasar porque tenía un problema con su pasaporte.

 

Nosotros llegamos en un momento en el que ya supuestamente no se iba a permitir más el ingreso de venezolanos. Ese día llegaron reporteros de CNN, de Univisión, de la BBC, de todos lados y comenzaron a presionar para que los organismos internacionales vinieran y nos dejaran pasar, que nos ayudaran porque había mujeres embarazadas, niños, mucha gente allí, más de 500 personas. Ya las carpas de la UNICEF y de ACNUR no daban más para contener a los migrantes.

 

Llevábamos aproximadamente 8 horas esperando a que a nuestro compañero le aprobaran el paso, sin embargo, se acercó y nos dijo:

-          Muchachos, yo creo que a mí no me van a dejar pasar. Mejor que ustedes sigan.

 

Con el dolor del alma, pues obviamente teníamos mucha hambre, estábamos desesperados por seguir caminando y llegar a algún sitio. Y seguimos nosotros nuestro paso. Él se quedó y más nunca volvimos a saber de él.

 

Pasamos el puente de Rumichaca en Tulcán. Ahí un señor borrachito nos regaló 25 centavos y nos dijo:

-          Tomen para que coman.

 

Nosotros nunca habíamos sabido cómo utilizar o cómo era el dólar. Fuimos corriendo a una panadería y le dijimos que nos vendieran eso en pan y el señor de la panadería se nos rio un poco en sentido de ¿y a estos qué les pasa?

-          ¿Esto es un chiste?

-          No señor. Para que nos venda pan.

-          Cada pan vale 20 centavos.

-          ¿Y cuánto es eso?

-          Esto es una moneda de veinticinco centavos. Les alcanza para un solo pan.

-          Pero un señor nos dijo ¡tomen para que coman!

 

Nosotros dijimos no puede ser que una sola moneda vaya a costar un pan y seguimos caminando con hambre. Caminamos hasta llegar a la parada de autobuses de Tulcán donde preguntamos si podíamos hacer algún trabajo para que nos dieran un poco de comida. Pero nos dijeron que no, que no podíamos porque no se permitía trabajar, ni limpiar, ni hacer nada ahí porque no era zona de comercio. Le dijimos que teníamos 25 centavos que para qué nos alcanzaba y nos dijeron que para un chuche o una chupeta.

 

Nos quedamos ahí sentados a esperar hasta que llegó un bus y le dijimos si nos podía dar un aventón. No se negaron y nos fueron llevando. Así en el camino nos recomendaban de tramo en tramo a otro bucetero hasta que llegamos a Quito, al terminal de Carcelén.

 

Estando en el terminal ya no aguantábamos el hambre, teníamos tres días sin comer ni beber. Un señor nos regaló un guineo verde para cada uno. Pelamos el guineo y todavía se le despegaba eso pegajoso que tiene cuando no ha madurado. Lo pasamos, así como si estuviéramos tragando piedras, pero era el hambre que teníamos, la desesperación, que yo no sé ni cómo nos comimos eso.

-          Y no sé si tienen sed.

-          Si, por favor. No hemos bebido nada.

 

Así que nos dio una botella de Coca Cola con agua, quién sabe, de dudosa procedencia. Y con eso comimos hasta las 5:00 de la mañana. A esa hora llegaron unos voluntarios que nos dieron avena caliente con pan. Fue lo más maravilloso y bendecido que cayó en nuestro estómago, fue como el elixir de la vida.

 

Antes de salir de Venezuela yo había investigado sobre albergues o sitios para los migrantes. En Quito me apareció uno en la Mitad del Mundo y nos dirigimos hacia allá. Preguntando y preguntando, gracias a Dios llegamos al sitio, donde nos acogieron de una manera muy amable, nos dieron comida, agua, ropa, una colchoneta y cobijas para abrigarnos.

Tocando su cobija y toalla, Jesús con el comienzo de una lágrima en sus ojos me dice:

-          Todavía conservo esa cobija y toalla que tanto me ayudaron.

 

Ese día, luego de ducharme con agua fría porque no había calefón y con el tremendo frío que se sentía en la Mitad del Mundo, me quedé dormido no sé por cuánto tiempo. Sólo sé que sentí dormir una eternidad.  

 

Mis primeros centavos

Es imposible no sentir la piel erizada y el corazón vuelto nada en la mano. Le doy un par de palmadas sutiles a Jesús en la espalda haciéndole saber que todo está bien, aunque en lo profundo también me estoy desmoronando.

Es muy difícil para alguien como yo, sensible y llorona, ser fuerte y dar fortaleza a la persona que tengo a mi lado. Pero, lo miro a los ojos y le pregunto si quiere continuar. Entre sollozos y un sorbo de té, sigue con la historia.

Me asignaron a una habitación compartida con 7 personas: una familia de 3 niños y su madre, un señor, una señora y Edwin, mi compañero de viaje. No tenía comodidades, pero era mejor que dormir en la calle con frío.  Me propuse esforzarme muchísimo para lograr mis cosas y empecé a trabajar.

Yo ayudaba a la Sra. Isabel, la directora del albergue. Yo la ayudaba en todo lo que podía, me levantaba a las 6:00 de la mañana a barrer, a lavar los platos en la cocina, entre otras cosas. Trataba de ser lo más servicial posible ahí nos daban la comida y no tenía dinero para pagarles. Entonces la señora se hizo muy amiga mía y nos ayudó bastante. Ella es una de las personas que se debe ganar el cielo.

Ella me cuestionó sobre lo que yo sabía hacer. Yo le dije que de todo un poco, pero me defendía mucho preparando panes. De hecho, uno de mis últimos trabajos antes de ser gerente en Venezuela fue en una panadería, donde aprendí las fórmulas del pan venezolano. No lo pensó dos veces y me ayudó a conseguir lo que yo necesitaba para hacer panes por medio del mismo albergue y comencé a laborar.

Era un trabajo fuerte, pero me sentía bien haciendo algo para ganarme el alimento que servían. Horneaba hasta media noche y tenía que esperar hasta la 1:00 o 2:00 de la madrugada para ducharme, porque sudaba demasiado y no podía acostarme así, más cuando compartía habitación con siete personas. Iba solito a las duchas que estaban detrás del albergue, donde decían que salían muertos, con la mayoría de los focos quemados, tocando las paredes para atinarle a la perilla que tenía que abrirla con un alicate.

Esa actividad empezó a abrirme mucho las puertas ya que al albergue llegaba gente de canales de televisión para saber cuál era nuestra situación y organismos internacionales. A todos ellos yo les hacía pan de mi tierra y quedaban encantados porque era algo diferente. Realmente les gustaba muchísimo y obviamente yo trataba de hacer lo más rico posible, así me compraban mucho. Con ello comencé a guardar dinerito para poder alquilar algo.

Yo podía quedarme allí el tiempo que quisiera. De hecho, creo que todavía hay gente de cuando llegué hace 6 años, pero, nunca fue mi idea quedarme haciendo lo mismo. A los cuatro meses salí de ahí, aún así yo seguí haciendo panes y los dejaba para que se vendieran.

En las tardes salía y vendía caramelos en los buses. Nunca me iba muy bien, tengo mucha labia para muchas cosas, para la comunicación, el periodismo, la locución, todo eso, pero no tengo labia para vender en la calle. Diario me hacía 40, 50 centavos, hasta un dólar, pero era dinerito que me hacía con el sudor de mi frente.


Un nuevo comienzo

Quise saber cuál es el contraste de la vida de Jesús antes de la crisis de Venezuela y todo su paso en Ecuador. Pensarlo es una cosa y sentirlo en su narrar fue algo completamente diferente. Acomodándose sobre el espaldar de aquella silla verde y restregándose los ojos continúa la historia.  

En Venezuela yo no era rico, pero sí vivía bien. Yo era gerente de una franquicia de comida rápida estadounidense llamada Subway. Estudiaba en la segunda universidad más cara de mi ciudad. Mi hobby es la aviación y la astronomía, yo dejé en mi casa mis telescopios, mi colección de aviones, recortes de periódico y revistas con los que aprendía de mis pasiones. Los fines de semana hacía deportes y estaba en un programa de radio los sábados. Los domingos asistía a los scouts y en eso se iba mi semana.

Con respecto a Ecuador sí me ha tocado bastante fuerte, porque yo luego de llegar tuve un bajón emocional muy profundo. Tuve una novia en mi país antes de migrar, con quien terminé por haberme cambiado de ciudad huyendo del gobierno. Cuando llegué acá intentamos volver por medio de conversaciones por Facebook y llamadas por teléfono. Volvimos un tiempo, pero luego nuevamente terminó conmigo. Eso reventó en mí la depresión, estrés y ansiedad.

No tenía amigos, solamente a mi compañero de viaje y no había logrado mucho hasta el momento. Habían pasado 8 meses y a raíz de esa situación, problemas familiares, soledad e inestabilidad económica mi vida colapsó. Era 9 de febrero de 2019 y no sé en qué momento estaba parado sobre un puente, el puente de Cumandá, en el centro de Quito. Cuando reaccioné habían alrededor de 8 policías y 6 bomberos a mis costados intentando agarrarme.

Yo me había puesto una correa en el cuello y estaba amarrado al puente para lanzarme. Cuando de repente siento que me gritan que no lo haga, empieza todo el mundo a jalarme, a golpearme, a sacudirme entre todos y ya no sé sinceramente, no pensé en nada en esos momentos. Yo sé que salí de la casa después de haber terminado con mi exnovia y solamente quería llorar y estar solo, llorar y estar solo. Empecé a caminar, a caminar, a caminar y ya cuando reaccioné, cuando tuve noción de todo lo que estaba pasando, ya yo me quería quitar la vida.

Mucha gente en ese momento me criticó porque decían que solamente era por una mujer, pero esto lo dejo como reflexión. La depresión, el intento de suicidio o un suicidio no siempre es por una sola cosa, es la reunión de muchos factores y para mí fueron muchas cosas juntas en un solo momento. Esa ruptura fue la gota que derramó el vaso.

Entre las personas que me salvaron estuvo Jean Carel Yépez, un estudiante de psicología en ese entonces, quien era seguridad pasante en el parque Cumandá. Él se acercó cuando me lograron zafar del puente y me ayudó en todo momento. Me colocaron en el piso y me agarraron entre todos. Me taparon con chompas porque había muchos medios de comunicación tratando de tomar la noticia y me llevaron hacia el parque para no saturarme más con la información y evitar algún daño psicológico.  

Una de las personas que conversó conmigo es Jean Carel. Me dice que todo está bien, me habló de muchas cosas, entre ellas de Dios. Y fue irónico porque tiempo después él me comentó que él no era creyente en Dios. Pero dice que lo único que él quería era salvarme y que lo único que le venía a la mente era Dios, que lo único que me podía salvar era Dios. Y no sé por qué, cómo, ni cuándo, pero lo escuché, escuché que eran palabras sinceras y me hicieron reflexionar.

Me subieron a una ambulancia y me llevaron al hospital Pablo Arturo Suárez. Allí estuve recluido 7 días a punta de sedantes todo el día, todos los días durante una semana. Mi mamá vino a Ecuador, cuando desperté de los sedantes ella estaba ahí. No sé en qué momento, ni quién la llamó, ni cómo supo, no tengo ni idea. Nunca supe cómo ella se enteró. Ella dice que la llamaron y le dijeron que yo estaba en ese hospital.

Estuve con psicólogos, psiquiatras, con medicación unos 7 a 8 meses. Tenía que estar medicándome todo el tiempo para poder combatir un poquito todo lo que eran los efectos de la depresión. Entre Jean Carel, el chico que me salvó, los psicólogos, mi mamá, tantas cosas, gente y amigos que me apoyaron logré ir superando un poco la situación.


El camino hacia la cima

¿Que si era antes mejor mi vida o es mejor ahora? Pues yo en Venezuela tenía toda mi vida, tenía mis padres, mi casa, mis estudios, mis amigos, mi familia, todo. Allá tenía todo por lo que yo habría querido tener un día. Un buen puesto de trabajo, una economía estable, un lugar propio para vivir.

¿Que si estoy mal acá? No, gracias a Dios ahora tengo una persona que me acompaña, que me ayuda todos los días. Trato de salir un poquito más de la depresión. Lamentablemente esto es algo que no se quita, no es una gripe que se va fácil. Pero ella me ha ayudado bastante a superar todos esos miedos, ha impulsado mis sueños, mis metas y me siento mejor. Pero, las cosas que he vivido y que sigo viviendo ahorita son complicadas porque aún vivo situaciones de xenofobia y exclusión.

He tenido que cambiar mi forma de ser hasta el punto de que muchas personas, incluyendo venezolanos, me dicen que yo no parezco de Venezuela, porque he cambiado mucho mi forma de ser, ya que siempre hay ese señalamiento, ese estigma sobre el venezolano. Sinceramente, nunca he llegado a ningún sitio a hacerle daño a nadie, sin embargo, entiendo que a veces, por muchos factores, señalamos por señalar.

Ahorita no soy rico, pero estoy bien. En este punto de mi vida siento que he empezado a nivelar mi vida luego de 6 años y medio. Lo que sí quedan son los miedos y el recuerdo del pasado. No obstante, la vida continúa y yo tuve una oportunidad más en este mundo.

Cuando salí del albergue alquilé una casa en el sur de Quito, el sector de la Alpahuasi. Allí comencé a vender Vive100, V220 y me pagaban 25 centavos por botella vendida hiciera sol, lluvia o cayera granizo. En un día de venta tuve una complicación, tuve un casi un derrame cerebral por una muela que se me inflamó a causa de una tormenta eléctrica. Eso me obligó a buscar otras formas de vender, porque ese trabajo conllevaba cargar mucho peso y para mi condición de salud no era bueno.

Luego de ese acontecimiento vendí mandarinas en un semáforo. Pero tuve que dejarlo porque otro venezolano dijo que el semáforo le pertenecía y que teníamos que salirnos de ahí. Nos amenazó con un cuchillo a mi amigo y a mí y nos dijo que nos iba a matar. Así que nos fuimos de ahí hacia los sectores del norte de la capital.

Frente a la Escuela Superior de Policía vendí sandías con piña y el famoso come y bebe y así. En ese trabajo me pagaban un dólar por cada 10 que vendía de esos. De aquel tuve que irme porque el señor decía que ya no le estaba llegando casi me mercancía, así que me fui a vender caramelos. Y como en un inicio, vendía 35 centavos hasta un dólar en todo el día, tampoco me resultó mucho.

Conocí a un señor de la Costa ecuatoriana por medio de la señora que me alquilaba la pieza en el sur. Él me dijo para venderle chorizos paisas en Carapungo. Ahí vendía desde las 14:00 hasta las 12:00 de la noche y me daba $3 por todo el día, el almuerzo, la merienda y la estadía en su casa. Sin embargo, me seguía sintiendo estancado y no era para menos.

Dejé de trabajar con él y en un golpe de surte empecé a trabajar en una empresa de venta de cursos de idiomas de inglés y francés. Como vendedor de cursos yo cobraba por comisión y ahí fue donde, por decirlo así, comenzó mi despegue. Económicamente mi vida fue empezando a mejorar de a poco, comencé a juntarme con gente que podía darme conocimiento y sacar algún provecho de eso.

En aquel instituto estuve trabajando aproximadamente un año, llegué a ser supervisor del área de ventas. Me iba bien, pero renuncié porque cayó la pandemia y me mandó otra vez al quinto piso, al sótano de donde estaba, porque se suponía que ya estaba bastante bien, me salían buenos contratos, buenas pagas y lamentablemente cayó la pandemia.

El encierro me volvió a deprimir a un alto nivel, ya casi no tenía qué comer y no sabía qué hacer con mi vida. Sin embargo, llegó una oportunidad luego de dos meses. Inicié un trabajo en el sur de Quito, otra vez por la misma Alpahuasi. Fue en un restaurante de comida rápida, donde el dueño no me pagaba como tal, pero sí costeaba mis gastos. Si yo tenía que ir a algún sitio él me llevaba en su carro, si quería comer, comía ahí en el restaurante. Y para dormir me daba un mueble ahí en la sala de su casa. Así que vivía y trabajaba allí.

Yo no tenía gastos por decirlo así, porque todo lo tenía ahí. En ese lugar estuve casi por un año y luego renuncié porque sabía que no iba a surgir nunca, ya que no tenía ningún tipo de ingreso.

Al pasar los picos más fuertes de la pandemia por covid-19, comencé a trabajar en una en una farmacia naturista en Sangolquí. Ese momento fue la nueva catapulta hacia mi estabilidad. Me pagaban bastante bien, fue la primera vez en Ecuador que tenía un trabajo con salario mínimo y costeos extras. Tuvo mucho que ver el hecho de poder sacar mi cédula ecuatoriana y logré conseguir algo bueno para mí.

En la farmacia comencé a capitalizar de a poco. Con mi sueldo compré una bicicleta, un congelador y un poquito de ropa. Empecé a andar mejor. Sin embargo, aquel buen capítulo solamente duró 9 meses. Renuncié por algunas infracciones por parte de la empresa y monté mi propio negocio.

Con mi novia emprendimos un restaurant al que bautizamos Mr. Plátano Ecuador, un negocio con target medio alto que tenía una visión fuera de lo tradicional. Yo hice un curso para emprendedores, del cual fui el mejor puntuado y gané varios implementos para mi idea de negocio y un scooter. El scooter luego de 8 meses lo vendí y compramos un carrito de comida de madera, el que adecuamos en nuestro local.

Mr. Plátano fue un negocio innovador, con el que ganamos el concurso a nivel nacional de Yo Soy Empresario Ecuador. En la primera ronda ganamos el primer lugar y en la segunda ronda quedamos en tercer lugar. De ello tuvimos varios incentivos, que fue una computadora y un teléfono. Eso nos ayudó bastante a darnos a conocer.

Mi novia ganó el reinado del municipio de Rumiñahui y eso nos hizo juntarnos con mucha gente que nos ayudó a tener gran impulso. Seguimos capitalizando, pero no todo puede ser color de rosas. Así que, en junio de 2020, con el paro nacional que hubo, nuestro negocio tuvo un bajón tan fuerte que nos obligó a cerrar.

Seguí buscando trabajo, pero la xenofobia en todos los lugares a los que fui estaba de primero. Soy animador de eventos e inicié a trabajar con una empresa de fiestas de manera rutinaria. Para diciembre de 2022, que fue temporada alta, tuve contrato por un mes. Luego en enero de 2023, mi novia fue a una entrevista de trabajo en otra empresa de animación de eventos que nos quedaba en el mismo sector en el que vivíamos. La acompañé y terminé contratado también.

Al principio no hubo muchas fiestas, ya que enero es un mes bastante bajo económico y comercialmente. Entonces, la señora me contrata para llevar todo el marketing de la empresa. Yo hacía las fotos, vídeos, post para redes, publicidad y atendía a las personas que llegaban al club. La agenda comenzó a llenarse de reservas y fue un año bastante bueno para mí.

Compré una moto junto a mi novia. No saben la satisfacción que sentía de lo que había logrado. Para muchos será algo insignificante, pero para mí fue algo maravilloso. Ese fue el fruto de cada paso, cada lágrima y cada gota de sudor derramado.


El Reencuentro

En septiembre de 2023 el club fue vendido a una escuela, lo que me llevó a salir de ahí por la falta de oportunidad que tenía. Tenía un buen dinero guardado y junto a mi novia me fui por un mes a Bogotá, Colombia, a visitar a mi familia. Ese fue el mes más lindo de mi vida. Pude abrazar a mi mamá, compartir con mis hermanos y sobrinos. Absolutamente todos nos reunimos como cuando éramos pequeños y compartíamos en nuestra casa en Venezuela.

Incluso mi papá y mi hermana mayor, que son los únicos que viven en mi país, llegaron a Colombia. Llegó el gran día, estaba nervioso y muy contento. Habían pasado seis años y yo extrañaba tantos los brazos de mi padre. Lo vi llegar, con su mochila negra, sus cabellos blancos y su sonrisa lúcida. Cómo no llorar si era a mi padre, a quien tanto extrañaba, a quien por fin pude abrazar y decirle cuánto lo amo.

El 8 de noviembre de 2023 estuve nuevamente en Ecuador. Llegué con $60 en mi bolsillo y sin trabajo. Entonces me hicieron una contratación para hacer una entrega con temática de El Patrón, una tendencia de entrega de flores en México, y sin pensarlo mucho porque no tenía ningún ingreso económico lo hice. A partir de ahí me empezaron a contratar cuatro veces más con la misma temática y seguí con eso.

Pensé en publicitar los videos y los contratos seguían llegando. Es así como ahora tengo mi emprendimiento de eventos, detalles, flores y soy El Patrón de Quito y Valles. Me va muy bien y al fin puedo decir que mi vida llegó a un equilibrio. No tengo deudas, con mi novia terminamos de pagar nuestra moto, contamos con nuestra empresa, contrato a más personas, estoy próximo a casarme, he retomado mi relación con DIOS y asisto a la iglesia cada domingo para agradecerle por todo y he podido ir cumpliendo esos sueños que pensé un día estaban muy lejanos.


Para quienes lean esto les diría que todos estamos algún día en un sitio, pero nunca sabemos dónde vamos a estar el día de mañana y sería bueno que pudiéramos ayudar a que el proceso de migración, de cada una de las personas que nos ha tocado, sea menos duro. Es muy difícil dejar a la familia, dejar a los amigos, dejar tu vida, por algo que no tienes idea. Yo nunca tuve idea de lo que era el Ecuador, cómo era, quiénes eran. Pero me tocó y gracias a que Dios ha sido muy bueno conmigo he podido avanzar, aunque ha habido tropiezos y caídas terribles, él ha sido bueno conmigo y hoy le agradezco tanto a él y a todas las personas que me apoyaron para que esta odisea, sea una historia de inspiración y un día cercano sea esa persona exitosa que demuestre que todo momento difícil tiene su final feliz.

 
 
 

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